Su cuerpo funcionaba como un gran contenedor de emociones. Estaba nerviosa. Tenía miedo. Tenía ese vértigo de probar lo que no conocía y, si fuera posible, dejarse caer por el acantilado de su mente. Cerró los ojos por un momento, intentando imaginar lo que pasaría, lo que sentiría. Ese revoltijo,que le nacía en el estómago y quería salir despedido hacia el exterior en forma de dulce y jocosa carcajada, resultó difícil de contener. Entonces siguió soñando: dibujó en su mente a la hermosa ciudad de parís. Soñó sus aromas y su música. Se proyectó caminando por las empedradas calles que parecen llevarla hacia un universo mágico. Un suave ruido la desconcentró y la obligo a prestar especial atención a las indicaciones de la mujer que tenía unos asientos por delante. Salidas de emergencia hacia los laterales, chaleco salvavidas debajo de su asiento y buen viaje. Rápidamente, un joven un tanto agitado ocupó el asiento que estaba a su lado. Ella le inspeccionaba el rostro meticulosamente. Cuando el muchacho se percató de que estaba siendo vigilado, volteó y se topo con esos enormes ojos marrones. No pudo evitar reir. Temerosa, ella, volvío su cara hacia la ventanilla. Él la seguía mirando. Ella comenzaba a ponerse nerviosa.
-De qué te reís? - le dijo un tanto agresiva.
Él le respondió que no quiso ofenderla, que en realidad, estaba un tanto afectado por el viaje, que era la primera vez que viajaba solo a un lugar tan lejano. La charla se volvió amena a medida que pasaba el tiempo. Palabra tras palabra, se iban desgajando los sentimientos pueriles, los miedos, lo parecidos que eran aquellas dos almas. Palabra tras palabra, se incrementaba la confianza. Palabra tras palabra, solo quedaban 3 horas para arribar a la ciudad luz.
No habían dormido en todo el viaje. Hipnotizados por las ganas acusadoras de conocerse más y más se transformaron en las únicas dos luces prendidas en todo el avión. Intentaban contener las risas, pero las dos radiantes sonrisas iluminaban sendos rostros. Volando sobre el cálido aire atlántico, propusieron compartir hospedaje, y porque no, recorrer juntos la mítica ciudad. Estaban fascinados, ya no tenían nervios ni miedos. Sólo se tenían el uno a otro en una especie de unión que nadie más que ellos dos entendería.
De pronto una explosión y él no le sabe explicar a ella que pasó. De pronto fuego y ella no le sabe explicar a él que es lo que sucederá. Caen máscaras amarillas del cielo y siguen el protocolo que había explicado la mujer de más pintada hace varias horas. No tienen miedo, porque ya lo habían tenido antes. Sus cuerpos ingrávidos siguen el sendero dibujado por el coloso blanco que cae sin rumbo. Se toman las manos y prometen no soltarse. En ese vínculo que se ha formado, prometen encontrarse en París y recorrerla juntos. Porque ella sólo lo tiene a él y por que él sabe que no tiene nada más que ella. Caen y sus cuerpos se pierden en la oscuridad. Caen para nunca más volver. Caen.