jueves, 20 de enero de 2011

La muchacha se rió otra vez. El gozo de un pajaro enjaulado estaba en su voz. Sus ojos capturaron la melodía y la repitieron con esplendor, luego se cerraron por un instante, como para ocultar su secreto. Cuando se abrieron, la bruma de un sueño los había atravesado.

La sabiduría de labios delgados le hablaba desde una silla gastada, instándola a la prudencia, inscripta en ese libro de cobardía cuyo autor dice hablar en el nombre del sentido común. Ella no escuchaba. Era libre en su prisión de pasión. Su principe, el Príncipe Encantador, estaba con ella. Lo había evocado a su memoria para rehacerlo. Había enviado el alma en su búsqueda, y lo había traído de vuelta. Su beso le quemaba de nuevo sobre la boca. Sus párpados estaban ardientes por su aliento.

O.W