jueves, 6 de enero de 2011

Un amor furtivo

Llevaban dos años viéndose. Él la amaba mucho, demasiado. Adoraba enredar sus manos en su sedoso cabello del color de una tarde otoñal, adoraba acariciar su piel morena todas las noches, él adoraba verla. Nunca habia sabido demasiado de ella y tampoco le importaba hasta aquel día en que la vio irse de su morada a la madrugada. La intriga le carcomía el ser, las ansías de ir a verla aumentaban con cada tic tac del reloj.
Tomó su chaqueta, que reposaba en el respaldo del sillón de terciopelo verde y tropezándose con sus propios pasos a causa del apuro, fue a buscarla. Piedras 1340, decía el cartelito pegado en la húmeda pared de la calle. Allí estaba su auto. Allí se encontraba la respuesta a sus preguntas.
Observó el abrir y cerrar de varias puertas en la calle, pero en ninguna estaba su amada. Cansado de tanto esperar dejo caer su cuerpo en el cordón de la vereda. A las cinco de la mañana la pudo contemplar por primera vez luego de tantas horas. Ella no lo vio. Estaba escoltada por un hombre que le besaba apasionadamente el cuello parecía estar saciando su sed con cada uno de ellos. Mariel, así se llamaba ella, le despidió con un suave y tierno beso:
-Adiós amor, nos vemos mañana.-pudo escuchar el jóven desde la otra calle.
¿Quién era aquel otro? se preguntaba, pensaba y volvia a preguntarse ¿Acaso yo sere el otro?
Condujo velozmente hasta su caja y subió el sinfin de escaleras. Ya se encontraba tranquilo, estaba en paz de su estudio. Arellanado en su sillón favorito, frente a los ventanales que daban al parque dislumbró la visita de su ''querida''.
Espero unos segundos, escuchaba los pasos subiendo las escaleras, y cuando sintió su presencia se paro del sofá abrió el cajón y sacó una pistola.
-¿Quién era? ¿lo prefieres a el? ¿y nuestro amor? No puedo convivir con esto Mariel , lo siento. Yo te amo.
Las lágrimas comenzaban a brotar de su rostro. La dama lo miraba de soslayo asustada por lo que pasaría. El hombre estupefacto solo atinó a comerse las uñas. Después con gesto automático guardo la pistola en el cajón. Mariel permanecia inerte en el suelo del salón. Sus ojos inexpresivos. En el pecho una bala y en sus labios un simple 'lo siento'.