Tomó el arco con sus largos dedos. Extendió el brazo y soltó al aire un rítmico La. Las notas continuaron fluyendo, una detrás de la otra, convirtiéndose en melodía y la melodía se transformo en obra maestra en las manos de la violinista. Pero aquello era más que un simple sonido, eran palabras. Aquella mujer tenía el don de transmitir mensajes. El público quisquilloso se dejaba influenciar por el ritmo, mas así la talentosa dama parecía no atraerlos completamente, únicamente recibía miradas de soslayo que apenas podía percibir. La canción -el mensaje- concluyó. Ya no volaban más por el aire las notas cantadas por el magnífico instrumento. La violinista guardo la partitura, el atril y el violín. Miró la gorra, diez pesos con 75 centavos se escondían en ella. Salió del subte sonriendo, después de todo, habia sido un gran día.