No suelo escribir de mi vida en este blog. O al menos no directamente. Juego a ser escritora y creadora de personajes y fantasías, que quién diría, existen de alguna forma dentro de mi. Reflejo mi vida en personajes que sienten o piensan un poquito parecido a mi. A veces miro fotos y me inspiro en ellas. Las deformo en una publicación que deja que desear, pero sirve para desarrollar mi costado artístico. Pero no solo escribo, a veces dibujo. Pero lo hago mal, me gustaría aprender. En el verano me decidí (entre otras cosas) a empezar dibujo y pintura. Me gusta la idea de hacer muchas cosas, y más en el verano, cuando el tiempo sobra y las ganas de hacer algo también. Incluso, alguna vez quise hacer porcelana fría. Tengo todavía falsos intentos de perritos, florcitas y ratones guardados en un cajón de mi armario. También tengo patines y un palo de hockey. Tengo un violín, pero todavía no desarrollé a la violinista. Pero me tengo fe: en 7 años, ponele, voy a tocar bien. Pero bueno, resalto lo de tengo fe, porque mientras hay vida hay esperanza. Bueno, no se bien que quise decir con eso. El punto ( o la línea) es que soy una persona hiper-activa, hiper-ansiosa, hiper-alegre (cuando me conviene serlo), hiper-enojona, soy hiper todo. Soy tan hiper que descuido los detalles menores. Aquellos detalles menores son mi talón de Aquiles. Y yo no soy una persona que disfrute de las caídas, pero siempre que me levanto me levanto con estilo porque soy re diva. Bueno, no. Esto se esta yendo de mis manos. Es un poco diferente a lo que escribo siempre. Tal vez aqui refleje un poco más de mi. Al menos ahora mis lectores de Alaska (?) saben más de esta persona loca que dice que todavía se escuchan las risas y que tiene una dirección de blog pueril. Tengo más historias en mi placard, tengo juegos de mesa, tengo pinturas y también tengo la poca dignidad que me sobrará, después de publicar esta entrada.
lunes, 29 de octubre de 2012
lunes, 15 de octubre de 2012
sábado, 13 de octubre de 2012
Crown
Los rayos blanquecinos penetraban por las rejas y dibujaban en su cuerpo una cárcel. Piel amarillenta que se tornaba pálida. Lánguida su cara, mueca de tristeza. Sus labios estaban abiertos y secos. Curiosamente su pelo se encontraba peinado a ambos costados de su cara. Su expresión serena apaciguaba todo lo que la rodeaba. Los candelabros estaban apagados. Las puertas cerradas. Sólo había silencio. Silencio que se escabullía en todas las habitaciones infundidas en largo sueño también. Un paso y su compañero osaron interrumpir aquella calma, mas así nadie lo escuchó. Entonces, el atrevido visitante observa la buena arquitectura de la mansión y comienza a guardar los dorados adornos que, en aparente abandono, no dejaban de ser majestuosos. Caminó más, dobló a la derecha, luego a la izquierda y subió las escaleras. Llegó a la última puerta que se encontraba cerrada. En su oficio había aprendido a resolver situaciones similares. Un golpe en seco y la puerta de roble se abre... Paredes de oro y pieles de bisonte. Una gran cama y cabellos dorados. Una gran cama y un vestido de seda largo. Una gran cama y una corona. El joven se acerca y reconoce en aquella señorita a la princesa de la leyenda. Recuerda el beso y se acerca...
Sin embargo, todo siguió igual. El reino silencioso y oscuro. La doncella siguió durmiendo en su aposento. Con sus cabellos dorados peinados a ambos costados de su rostro, continúa en la última habitación. Con su vestido de seda largo, pero esta vez, sin una corona, continúa a la espera de algo. Algo que ya ha olvidado, o confundido con uno más de sus sueños.
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