Floto. Dejo que las olas me acaricien los costados del cuerpo. Dejo que las olas acarreen mi figura hacia donde ellas sientan que es lo indicado. Mis ojos permanecen encandilados por el celeste diáfano del cielo. No hay nubes de algodón. Por un momento me siento única en este mundo.Yo, nada mas que yo. Mi cuerpo siente la suavidad del agua, mi cuerpo se deja llevar. Detras de mi se escuchan sonidos que buscan irrumpir mi meditación. Mas asi no lo logran. Sigo mirando el cielo. ¿Eso era una gaviota? La espuma del oleaje del mar me produce un cosquilleo hermoso en los dedos del pie. Me sigo dejando llevar, cada vez más. Ahora el agua me tapa completamente el torso, las piernas y los brazos. Siento que me hundo. Mi cara es lo único en mi que esta emergido ahora.De pronto noto que algo en mi cambió.Ya no veo más el turquesa infinito del firmamento,pero sigo padeciendo al tibio mar, sigo padeciendo las cosquillas en mis extremidades. O al menos lo sentí por un rato más.
En la costa, una mujer pálida, con sus ojos cerrados, y pies fruncidos, parece haber llegado a destino. La gente se acompla alrededor de ella, pronto se acerca un hombre fornido con una gran cruz roja en su musculosa.