jueves, 13 de diciembre de 2012

Labios Rojos.

Otra vez estaba jugando con su labial y otra vez la madre la reta y le dice que ya tendrá tiempo para jugar a ser mujer. Otra vez la niña llora y se asusta por los gritos de su madre. Otra vez la madre la malcría y la lleva a la niña al kiosko para comprarle su golosina favorita. La madre la proteje de todo, le sube su cierre relámpago hasta las narices para que no tome frío y en su cartera tiene un par de guantes para protejer sus pequeñas manitos de la ventisca de Julio. El barrio era muy tranquilo. En el barrio no pasaba nada. Caminaban desprocupadas las dos por la calle de tierra y polvo. Un auto pasa y la madre le protege los ojos a su niña, no sea cosa que la mugre entre en sus dorados ojos. El sol empieza a salir y de a poco todo empieza teñirse de un color más feliz. De a poco, todo empieza a tener más vida. Las ventanas se abren, los vecinos salen de sus hogares a recoger el diario. Aunque, en esos pueblos chicos, todas las noticias corrían rápido. Se sabía quién había dormido con quién, se sabían las peleas y las amistades. Pero a nadie le molestaba eso, o al menos, nadie tenía permitido quejarse. ''Ya sabés Mirta, a veces es mejor callar'' le decían a la madre, ''El pueblo es chico pero el infierno es grande''. Mirta -la madre- estaba soltera, nadie supo oficialmente quién era el padre de la nena, pues ella había llegado al pueblo ya embarazada. Sin embargo todo el pueblo se había encargado de inventar relatos que intentaban explicar la historia de la joven madre. Cuando nació la niña, todos intentaron buscarle parecidos con los hombres fornidos que la visitaban a Mirta todos los meses. Aquellos hombres eran altos y vestían trajes negros a veces. Algunos usaban anteojos y otros corbata. Todos los meses venía un hombre diferente. Eran educados pero de pocas palabras. Cada vez llegaban con un sobre blanco sellado. Cada vez que ellos llegaban, la madre se encargaba de que su hija no se encontrara con los hombres. Ella recibía las cartas dentro de su casa y hacía esperar a los hombres en la escalinata de su casa -a veces por horas- la devolución de la misma carta. Aquella escena se hizo cotidiana. Pero desde Febrero que ninguno de los hombres volvió con ningún mensaje. 
La madre llevó a su pequeña a jugar a la plaza de la ciudad, no sabe porque, pero es la única en el parque. No sabe porqué pero ya no hay sol y todo es triste. Cuando ve que comienza a llover, decide abandonar los juegos y volver al resguardo de su casa, al abrigo de la estufa de parafina. La niña no quiere irse, pero la madre le dice que cuando vuelvan a su casa ella le cocinará su comida preferida. Inducida por la deliciosa idea la niña baja del columpio y corre a donde esta su madre. A lo lejos se escucha el motor de un auto, el eco del graznido de un cuervo y el rumor de la tormenta. El auto se acerca y la madre reconoce en el coductor un rostro familiar. La madre corre pero sabe que su hija no va a poder lograrlo. Ya sabe que su destino esta escrito. Con sus ojos empañados le dice a su hija que la ama y le explica que es hora de volverse mujer. ''Todo estará bien mi amor, mami te va a encontrar''.  El auto frena y el hombre agarra a la mujer. Ella sa bate a duelo pero cae desmayada. ''Yo te avise Mirta, no me podés decir que no te avisé''. De las manos de la mujer cae un labial rojo y rueda por la calle mugrienta. La niña lo agarrá y vuelve a jugar con él. Se pinta la cara y tira besos al viento, todavía sin percatarse que el hombre de ojos dorados se ha llevado a su madre. Todavía sin percatarse que esta sola. La lluvia se intensifica y la niña empieza a toser. La lluvia, lágrimas del cielo, la limpia y le hace olvidar aquella escena.
La niña, ahora tiene 28 años y ya es adulta. La niña creció en el seno de una familia, creyendo que su madre la abandonó. La niña cree ser feliz, vive del olvido. Pobre niña, que desde aquel día sus labios nunca más volvió a pintar.